Imagina que el barrio donde creciste, con sus pulperías, fiestas de callejón y vecinas que te prestaban azúcar, de pronto se llena de cafés orgánicos con nombres en inglés, alquileres en dólares y tiendas de yoga donde antes estaba la ferretería del Tata. A eso se le llama gentrificación, un proceso tan silencioso como contundente, que está transformando zonas enteras de Costa Rica… pero no necesariamente para bien.